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Hacia una hermenéutica de la tauromaquia
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I) Introducción
La tauromaquia posee un
lenguaje propio que impacta en nuestro lenguaje cotidiano y es fuente inagotable
para la creación artística: podemos encontrar referencia a ella en la pintura,
la danza, la escultura, la literatura, la música, la arquitectura. Se trata
pues de una práctica cultural en toda forma, conformada de diversos actos
comunicativos que poseen un sentido de modo aislado y en conjunto. Estos actos
conforman un hilo conductor: una serie de diálogos que se inscriben en un
diálogo infinito: que estructuran una tradición que se actualiza en cada
corrida de toros, en cada espectador, en cada torero y en cada toro. Diálogos
entre ellos y a partir de sus acciones, en los cuales podemos participar,
siguiendo ese hilo de Ariadna que nos lleva al centro del Laberinto: al sentido
más profundo de la tauromaquia. Según Mauricio Ferraris, el texto puede
considerarse como «el prorrumpir de un
momento vital […] no sólo, pues, como
documento sino como activa y actual manifestación de la vida».1
Puede plantearse la corrida
de toros como un texto o un fenómeno susceptible de ser interpretado. Pero no
sólo eso: mi propósito consiste en demostrar que constituye un texto muy
especial: un texto poético que no existe sólo para ser comprendido sino, sobre
todo, para ser descifrado y gozado estéticamente, como le sucede al lector que lee
poesía, o al geómetra que descifra un problema geométrico. Así lo explica
Ortega y Gasset:
Constituyen [toro y
torero] lo que los matemáticos llaman «un grupo de transformación», y lo así
llamado es tema de una de las disciplinas más abstrusas y fundamentales de la
ciencia matemática. Y como es sabido que la geometría reclama en sus
colaboradores una pequeñísima dote nativa para la intuición de las relaciones
espaciales, ello acontece también con la geometría del toreo.2
Si aceptamos esta hipótesis,
podemos corroborarla mediante una herramienta que nos permita señalar y
decodificar los sentidos, intencionales y no intencionales, que contienen los
textos –en este caso, la tauromaquia. Por ello creo pertinente recurrir a la
Hermenéutica, que desde la cultura griega hasta la de nuestros días, ha
desarrollado el arte y la ciencia de la interpretación textual.
Es a partir del medioevo
que, la hipótesis de «la coexistencia de un sensus
litteralis, histórico, con su sensus
spritualis, místico, dividido a su vez, en alegórico, moral y anagógico»3 cobra fuerza y determina
a partir de la Escolástica, la coexistencia de cuatro sentidos en todo texto:
el literal, metafórico, anagógico y ético.
Mi tesis pretende discernir
cuando menos estos cuatro sentidos en la Tauromaquia. Comprenderla en un
sentido literal implica comprender tanto la práctica concreta como la tradición
histórica, para ubicar cada uno de sus elementos en un contexto actual. El
sentido metafórico, por su parte, interpreta el contenido simbólico y mítico de
cada elemento del sentido literal. En este sentido, se debe recordar que en
ciertas religiones mistéricas, la figura del toro está «vinculada al sacrificio y a la fertilidad, y se basa en la concepción
arcaica del valor mágico fecundador de la sangre».4 Mediante la
participación activa en este ritual, puede accederse a los sentidos anagógico y
ético, que nos revelan así la visión del mundo y el modelo de vida implícito en
el arte de lidiar toros.
El siguiente capítulo
explora brevemente el contexto histórico de la corrida de toros, como parte del
camino que se recorrerá para determinar el sentido literal de la tauromaquia.
Para la nuestra cultura de nuestro país, un acercamiento a la tauromaquia nos
remite a sus raíces españolas más profundas, pasando por la influencia árabe y
la latina. Por lo tanto, podemos extrapolar hacia nuestra cultura la afirmación
de Ortega y Gasset, cuando afirmaba que «la
historia de las corridas de toros revela algunos de los secretos más recónditos
de la vida nacional española durante casi tres siglos. Y no se trata de vagas
apreciaciones, sino que de otro modo no se puede definir con precisión la
peculiar estructura social de nuestro pueblo durante esos siglos».5
II) Contextos
Orígenes de la raza
El toro de lidia es el descendiente directo del uro o auroch. También conocido como Bos
taurus primigenius. De él derivan todas las razas de toros existentes —y no
del bisonte europeo como se llegó a creer durante mucho tiempo. Se trata de un
bóvido salvaje, cuyos últimos ejemplares vivieron en 1630 y fueron ubicados en
Polonia. En el uro macho, la altura en la cruz era de 1,60 a 1,80 metros, pero
se tienen registros fósiles de ejemplares que alcanzan los dos metros. Las
hembras no sobrepasaban los 150 centímetros. El rasgo más llamativo del uro
macho eran sus prominentes cuernos doblados hacia arriba y con las puntas
negras. En las hembras, la cornamenta era casi inapreciable a simple vista. Su
pelaje era similar al de un toro de lidia.
La raza d’Hérens, de origen egipcio, muy similar a los toros de
lidia, era criada para dedicarlos a la pelea, y sus ejemplares eran reconocidos
también como toros de pelea, por su bravura, corpulencia y su potente
acometida. Los árabes debieron de difundir esta raza taurina por el norte de
Africa y España, de dónde pasarían hasta Suiza. A la península Ibérica llegaron
por diversos conductos toros, más o menos domesticados, de ésta y otras razas.
Además del egipcio, destaca el toro celta; precisamente, la palabra auroch —que significa toro salvaje— era
usada por los celtas para designar a los toros no domesticados que se
encontraban diseminados por Europa.
Reducido en tamaño y susceptible a la domesticación, al toro de
lidia se le caracteriza como un auroch degenerado, producto de las distintas cruzas del auroch con las reses domésticas que llegaron a la península
ibérica. Sólo existen toros de lidia en España, Portugal, Francia, México,
Colombia, Venezuela y Ecuador. En todos estos lugares, el ganado bravo se
concentra en las ganaderías; fuera de ellas prácticamente no se les encuentra;
ya no existe en estado salvaje y depende del hombre para su supervivencia. El
toro bravo es criado para la lidia y para nada más, porque existen otras razas
más aptas para producir carne o leche.
Los toros de lidia son buscados por su bravura: tal es el insumo
que mejor producen. Tener y mantener una ganadería de reses bravas es muy
costoso pues depende por completo de la demanda de toros para ferias y
festivales. En proporción a las cabezas de ganado con que cuenta, se vende por
año no más del 15% de la población total del ganado. Pero de eso hablaremos en
otro apartado.
Fisonomía del toro bravo
Se le llama trapío al
conjunto de características que, a simple vista, nos permiten juzgar por su
aspecto. De este trapío, o estampa general del toro pueden
inferirse —hasta cierto punto— las condiciones que ofrecerá durante la lidia.
José María de Cossío, en su tratado técnico e histórico sobre los toros, divide
la anatomía externa del toro en tres partes: tercio anterior, medio y
posterior.
El tercio anterior Incluye cabeza, cuello, hombros, pecho, rodilla, brazo y antebrazo. La parte
mas elevada del toro es el moño, y se sitúa entre los cuernos. En la parte
posterior del moño se encuentra la nuca y el agujero occipital. El descabello
consiste en perforar este agujero occipital con una puntilla (cuchillo corto de
mango fuerte) o con la punta del estoque, para producir la muerte instantánea
del toro por la herida en el bulbo de la masa encefálica. A ambos lados de la
nuca se encuentran las astas o cuernos. Los cuernos tienen cuatro partes, rodete, cepa, pala y pitón, de la base hasta el borde
exterior. Según su forma pueden ser clasificados así:6
El cuello, que debe ser grueso y corto, termina con el morrillo
antes de dar inicio a la espalda. El picador debe hundir su vara en el morrillo
para desahogar el flujo sanguíneo sin tocar ningún músculo del toro y permitir
un mejor desarrollo de la lidia. Luego vienen las extremidades anteriores, que
se unen en la espalda formando la cruz. Esta juntura, donde se unen el cuello
con la línea dorsal, es conocida con el nombre de agujas y marca el comienzo de
la espalda. Se trata de un punto crucial, pues el matador debe estoquear
precisamente ahí al toro si desea atravesarle el corazón y causarle una muerte
rápida.
Desde la cruz parte la espalda; si ésta mantiene su altura
constante, al nivel de la cruz, se trata de un toro veloz, muy apto para
correr. Si la espalda baja de este nivel se trata de un toro lento, sin
aptitudes para correr, pero con un cuello muy poderoso —por el soporte que esta
inclinación le proporciona a la espalda. El pecho del toro se ubica también en
el tercio delantero y comprende desde el borde inferior del cuello hasta el
borde superior del tronco o tórax. La potencia y la energía del animal,
dependen directamente de la anchura de su caja toráxica: entre más ancha sea,
mayor capacidad tendrá para respirar y reponerse. Los antebrazos deben de ser
largos y musculosos para darle mayor facultad, o suficiente pie, para que no se vaya de manos al
embestir.
El tercio medio designa
la parte que va de la cruz hasta la grupa. O dicho de otro modo, el tórax o
cuerpo del toro sin las extremidades, que son comprendidas por el tercio
anterior y el posterior. El tercio medio abarca riñones, lomo —que debe ser
musculoso, amplio y recto—, el vientre —que no debe ser muy pronunciado—, la cadera,
las ingles y los genitales.
El tercio posterior, también conocido como grupa o parte final del lomo, comprende las ancas, el
rabo, el ano, los muslos, y las rodillas. En óptimas condiciones la grupa
deberá estar bien desarrollada, aunque nunca tanto como el tercio delantero.
Recordemos que la característica principal del ganado de lidia es la acometida,
por lo tanto su constitución física dará prioridad a la parte delantera que
soporta la embestida. En cuanto al tercio posterior, se procura, simplemente,
que se equilibre lo mejor posible con el tercio delantero.
Faneróptica
El color de los toros y las características de su pelo se conocen
con el nombre de pinta. A ella corresponde otra clasificación que está
estrechamente ligada con el gusto y las preferencias del público. Esta pinta
también determina el valor económico de cada ejemplar. Hay varias condiciones
que influyen en ella, y cambia según la edad, la época del año o el clima,
entre otros factores.
Las pintas se clasifican en tres grupos principales: 1) pintas de
un solo color o tono de pelaje; 2) pintas mezcladas donde varios colores se
mezclan de manera homogénea; 3) pintas mixtas o compuestas que se conforman de
tres o mas tonos de pelo pero bien definidos y que forman secciones.
Las siguientes tablas de clasificación han sido tomadas del
compendio de José María de Cossío.7
Por último, incluimos la
clasificación del toro según su edad.
Cría del toro bravo
El toro de lidia es un animal salvaje y doméstico al mismo
tiempo. Doméstico porque depende del hombre para su crianza, y salvaje porque
se busca, durante su crianza, que tenga con los humanos el menor contacto
posible, para evitar que se acostumbre a ellos. De este modo, su primer
encuentro frente a frente con los humanos ocurrirá en la plaza, encarando
precisamente al hombre que será su matador.
No se puede
señalar con precisión cuando y cómo surgen las ganaderías en España. En los
orígenes de la fiesta brava, cuando ya con cierta frecuencia se hablaba de
festejos con toros, las reses eran en principio capturadas en el campo por
vaqueros ¾recordemos que el toro se
reproducía naturalmente en la península ibérica¾ y conducido al lugar del festejo. De aquí
precisamente viene el nombre de «corrida», porque, una vez en el pueblo, los
vaqueros en sus caballos corrían con ellos hasta llegar al lugar del festejo:
un coso armado con tablas, muchas veces en forma cuadrada o rectangular. La
gente del pueblo salía a recibirlos con algarabía porque era el anuncio de que
la fiesta comenzaba. Los lugareños —por lo regular varones— corrían delante de
los toros, mientas los vaqueros corrían por detrás, para que no se dispersaran
o se extraviaran en el pueblo. 8 Entonces la corrida designaba al grupo de toros que corrían por el pueblo hasta
llegar a la plaza; todavía hoy se usa el termino para designar al grupo de toros
que llega a las plazas.
Con el paso del tiempo las reses bravas comenzaron a escasear,
pues los festejos taurinos proliferaron y se incrementó el número de rastros y
mataderos de carne para consumo humano; ésta provenía de todas las razas de
ganado vacuno, incluyendo el de lidia. Ante ésta situación, los matarifes y
empleados de los rastros aguzaron el ojo y fueron separando a los animales,
para no batallar con los más bravos en el rastro y destinarlos a los festejos
taurinos que había.
Conforme los festejos con toros iban creciendo en importancia y
aumentando su frecuencia, hubo quienes vieron que era redituable la cría de
este ganado y decidieron dedicarse a ella. Mediante la captura de algunos
machos y varias hembras destinados a reproducirse, comenzó lo que hoy conocemos
con el nombre de ganaderías.
La palabra ganadería designa tanto una actividad económica —la
crianza de especies animales para sacar provecho al animal y sus productos
derivados— como la propia explotación del ganado. En el mundo taurino se conoce
con esta palabra, sobre todo, el lugar dónde se cría el ganado bravo y que
también es llamada dehesa. En éste trabajo vamos a entender por ganadería no
solo el espacio físico dónde se crían toros de lidia, sino el proceso de su
crianza, su selección y venta. Es decir, que comprende el espacio físico, los
animales que ahí se crían, el hierro con el que son marcados y el apellido del
propietario.
Una ganadería posee tres rasgos distintivos: el hierro —marca que se hace con un hierro
candente en la piel de los becerros al cumplir un año y que al cicatrizar
muestra la insignia de la ganadería—, la señal —que consiste en hacer una pequeña muesca en las orejas o la papada de las
reses— y por último la divisa —que se
coloca sobre el morrillo del toro cuando sale al ruedo—; ésta consiste en un
atado de cintas de uno o varios colores, unidas en un lazo redondo por un
extremo y con las cintas colgantes al otro. Estos tres rasgos, hacen que la
filiación entre las reses sea incuestionable.
El primer compendio escrito sobre la fiesta de toros es la famosa Carta histórica sobre el origen y
progreso de las fiestas de toros en España, escrita por Nicolás Fernández
de Moratín, a petición del príncipe Pignatelli, la cual se ha convertido en uno
de los documentos fundamentales para conocer los inicios de la crianza y lidia
de toros. Junto con los nombres de propietarios particulares, destacan entre
los pioneros de la crianza de reses bravas las grandes casas nobiliarias, los
miembros de la Casa Real (el propio Fernando VII fue dueño de una ganadería) y
las comunidades religiosas. Sobre todo en Andalucía, muchos conventos de
frailes que subsistían de las explotaciones agrícolas y pecuarias recibían
diezmos, primicias y obsequios en especie, con lo que fueron reuniendo una
importante cantidad de ganado, sobre todo equino y bovino, que iban
seleccionado y mejorando en función de la demanda.
Destacan, entre ellos, los Padres Cartujos de Jerez de la
Frontera, responsables no sólo de la conservación, difusión y mejora de la
acreditada raza cartujana de caballos, sino también de la crianza y selección
de los toros más bravos que se corrían y lidiaban en los cosos meridionales.
Ellos extendieron su explotación entre sus hermanos del Convento de la Cartuja
de Sevilla, entre los dominicos sevillanos de San Jacinto y entre los dominicos
jerezanos de Santo Domingo. Asimismo, en Sevilla criaron toros con notable
acierto los miembros de la Compañía de Jesús, los del Monasterio de San
Jerónimo, los del Colegio de San Basilio y los del Convento de San Agustín; y
en Carmona, Sevilla, los frailes agustinos del Convento de la Santísima
Trinidad. Los frailes realizaron diferentes cruzas, observaron el resultado que
de ellas obtenían y lo mas importante de todo, lo registraban.9 Diremos que de este ganado frailero descienden las castas mas importantes hasta
hoy: navarra, jijona, cabrera, vazqueña y vistahermosa.
Pese a su popularidad, la fiesta entra en su primera crisis
durante el reinado de Felipe III. Aunque desdeñaba la fiesta, el rey no podía
abolirla, pues constituía, más que el lenguaje, el único lazo de identidad que
unía a las diferentes provincias y reinos de la península. Aun así, el rey
consiguió que la nobleza se apartara de ella, y con los nobles se fueron
también los caballos. Como hasta entonces la lidia se ejecutaba a caballo, en
respuesta aumentó la popularidad del toreo a pie, practicado por gente del
pueblo.
Las fiestas se convierten en el gran espectáculo del pueblo español.
Con esto se le quita el aura de exclusividad que envolvía los toreros, que eran
en principio rejoneadores. A partir de entonces, los toreros se convirtieron en
una especie de héroes porque provenían del mismo pueblo: ya no eran nobles
protegidos por sus caballos y por sus numerosas cuadrillas, sino hombres
comunes que se enfrentaban solos al toro. Y surgen en consecuencia las primeras
figuras del toreo: Pepe-Hillo, Pablo Romero y Lagartijo, tres matadores que,
significativamente, iniciaron su carrera en el rastro.
Con el establecimiento del toreo a pie y la popularización de los
festejos, se dictaron también las pautas para la cría del ganado bravo, pues ya
las condiciones requeridas para su lidia habían sido identificadas y remarcadas
como indispensables.
Durante el siglo XVIII, las fiestas de toros vivieron un repunte
con Enrique IV, quien «exigía el arte de
lidiar los toros a caballo como condición indispensable a la galantería y al
honor caballeresco»10 y se comenzaron a elaborar registros
escritos referentes a ellas. De este periodo datan casi todos los primeros
apuntes sobre el toro bravo, su genealogía, el toreo y las fiestas de toros. No
hay material mas antiguo registrado, además del recopilado por los
frailes. Por ello es imposible
esclarecer el origen y desarrollo de las corridas de toros. Curiosamente, su
génesis histórica, comienza a partir de los registros de las ganaderías. Hasta
antes del siglo XVIII, nada de lo ocurría con los toros, su crianza y su lidia
era motivo de interés. Lo único relevante era su ocurrencia.
Las ganaderías mexicanas
¿Cómo llegaron los toros bravos a México? En 1552, Juan Gutiérrez
Altamirano, primo de Hernán Cortés, trajo de España vacas y machos de pura
casta navarra y fundó la ganadería de Atenco, que aún subsiste. Después se crearon
otras, entre las que destacaron las de Da Elvira en 1642, Juan Caballero en
1678, Yermo en 1769, Serrato en 1770, cura Hidalgo en 1800, Golondrinas en
1815, El Cazadero en 1851 y Querendaró en 1858. México contaba con cerca de 200
ganaderías, de las que un centenar eran de primera; todas iniciaron con sangre
de las principales ganaderías españolas: Miura (cabrera), Veragua y Concha y
Sierra (vazqueña), Pablo Romero (jijona, cabrera, vazqueña), Braganza
(vistahermosa-vazqueña) e Ibarra (vistahermosa). Años después importaron reses
de Saltillo Campos Varela, Parladé, Carmen de Federico, Graciliano Pérez
Tabernero y Urquijo, todas ellas de casta vistahermosa; la sangre saltillense
predomina en la mayoría de las vacadas que pudiéramos llamar punteras.11
Con el paso del tiempo, algunas ganaderías se desaparecieron,
otras fueron fragmentadas o absorbidas por otras. La ganadería mas antigua que
subsiste hasta el día de hoy es la de Atenco.
Durante la primera mitad del siglo XX la cría de ganado de lidia,
no solo era una práctica común, era también muy bien remunerada, debido a la
cantidad de festejos taurinos que había y a que ciertamente se trataba de un
espectáculo ampliamente difundido y socorrido. Las corridas de toros en su
mayoría se narraban por radio y después eran transmitidas todos los domingos
por televisión. Había programas taurinos que comentaban las corridas, emitían
reseñas, y eran una parte muy importante del seguimiento al espectáculo
taurino. Fue al diversificarse la oferta cultural, cuando el publico se
dividió. Hay ahora mucho más que hacer durante las tardes del sábado y el
domingo que ir a los toros. En consecuencia se redujo el número de corridas
efectuadas, tanto a nivel micro local, medio, estatal y macro nacional.
Notas
1. FERRARIS, Mauricio, Historia
de la hermenéutica, Siglo XXI editores, tercera edición, Trad. Armando
Perea Cortés, México 2002, p. 329.
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